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lunes, 8 de septiembre de 2014

Bien milonga

El sábado próximo -13 de setiembre-, recomienzo con BIEN MILONGA, -como el tangazo de Ismael Spitalnik-,   en la CASA DE ARAGÓN de Madrid, la milonga que dirijo, y ya tengo todas las neuronas al rojo vivo. Seleccionando la música hiperbailable, y moviendo los remos al compás de estos temas mientras los voy escogiendo de la grosa discoteca que guardo en casa.  No puedo quedarme quieto cuando escucho algunos temas que me impulsan por el salón, meta caminatas y figuras.

Mi buen amigo y maestro de la pista Miguel Ángel Zotto, afirma con total y absoluta convicción: "El bailarín que no se emociona, no puede transmitir nada". Y yo estoy al cien por ciento en consonancia con ese aserto, porque si no lo sentís no lo podés disfrutar, ni llegar a nada. A veces, galopando en los recuerdos, me instalo en aquellas maravillosas noches del Club Atlético Huracán, en cuyos salones trepábamos velozmente hacia grandes metas, y llegábamos los domingos con la barra, y el cuore a toda máquina.Y si no bailábamos La cumparsita del final, nos íbamos hechos bolsa, aunque hubiésemos milongueado toda la noche sin parar.

En esos inolvidables salones se bailaron las semifinales del Mundial de Tango de 2013, como se ve en el video.



Cuántas noches, terminaba la milonga de Huracán a las doce de la noche y salíamos carpiendo hacia el Sportivo Buenos Aires que quedaba en Parral y Gaona, -media hora de viaje- y cuya velada terminaba a la una de la madrugada. Cosas de adolescentes o jovencitos, cuya droga era el tango. Cuando este género musical volvió a cobrar fama en los años noventa y lo reencontré por fin en España, cada regreso a Buenos Aires era un revival de aquellos años locos, tan felices de la juventud.

El club Almagro era la meta deseada y allí convergían los mejores milongueros de la belle époque, e incluso algunos jóvenes que habían vuelto por el éxito de Tango argentino en el exterior, y los que trajinaban la semi profesionalidad que reclamaban distintos espectáculos. Del exterior llegaban bailarines de ambos sexos a tomar clases y a foguearse en las milongas porteñas para sacar chapa de milongueros.

                                           


Con Miguel Ángel Zotto habíamos establecido buena amistad en Madrid, a raíz de un programa de Televisión Española, en el que debimos defender al tango de dos señoras que se titulaban de "historiadoras" y decían verdaderas barbaridades que no tenían asidero alguno. Después comimos juntos en un ágape que organicé en el restaurante argentino El Chalet, de la calle Arturo Soria, con Alberto Cortez, el Cholo Simeone, Ángel Cappa, Héctor Alterio,  y un par de amigos más. Y en Almagro me sentaba precisamente en la mesa de Miguel Ángel y volví a emocionarme como en  aquellas lejanas y legendarias noches.

El periodismo impuso un paréntesis grande en mi vida. Viajé por toda América, de Argentina a Estados Unidos, por casi toda Europa y desarrollé mi vida entre el periódico, la Televisión y la radio, aunque en las noches me perdía por Caño 14, Relieve, Karina, Michelángelo, los reductos de San Telmo,  y los escasos refugios que le fueron quedando al tango, para escuchar a músicos y cantores.

En ese renacer del Tango, hubo algunas parejas de bailarines  que fueron vitales para la recuperación milonguera: Copes-María Nieves, Zotto-Milena, Virulazo-Elvira, los Dinzel, Osvaldo Zotto-Lorena, Nélida-Nelson y otros.

                                   
Javier y Geraldine


Y siempre traigo a la palestra a esa parejita joven que terminó disolviéndose tempranamente, como lamentablemente suele acontecer, y que le dieron un gran salto de calidad y renovación al tango y viajaron por infinidad de países, en alas de su gran calidad. Una dupla que funcionaba mágicamente, porque habían sido milongueros, antes de dedicarse al baile profesional, al cual llegaron naturalmente por decantación. Me refiero a Javier Rodríguez y Geraldine Rojas.

Y me gusta recrearme con ellos aunque los haya visto tantas veces, personalmente y en videos.


                                

Y acá los veo en Grisel, ese hermoso Club de mi barrio, al que voy todos los años en mis constantes retornos.

                                       

Maravillas.



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