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sábado, 12 de octubre de 2013

El pibe Rufino

Una de las voces más grandes que ha dado el tango en su historia, es sin duda la de este chico del Abasto, cuyo padre era fanático de Gardel y supo transmitirle el genoma tanguero a este gran artista para que sus registros perduren en el tiempo con toda la frescura y categoría de aquellos lejanos días.

Un cantor juvenil que se lucía en las fiestas del barrio y que arrancó cantando como profesional a los 16 años en el Petit Salón, de Montevideo y Corrientes. Se lucía en la orquesta del bandoneonista Antonio Bonavena, cantando nada menos que Alma de bohemio y Milonguero viejo. Lo hizo durante mes y medio y aunque parezca increíble, se mandaba un doblete en El Nacional con la orquesta de Francisco De Rose.

                                                                     

¿Cómo llegó a la orquesta de Carlos Di Sarli para ingresar en el Olimpo de los grandes? Fue merced a los buenos oficios de una bella muchacha llamada Margarita,  que trabajaba en el Petit Salón, y quien le avisó al maestro de Bahía Blanca que un chico cantaba su tango Milonguero viejo, que éste había dedicado a su admirado Osvaldo Fresedo y al cual le puso letra, el escritor y actor teatral  Enrique Carrera Sotelo.

Ella mismo combinó la cita, Di Sarli le hizo la pregunta obligada: "¿Te gustaría cantar en mi orquesta?",  y el pibe apenas movió la cabeza afirmativamente porque a él lo único que le interesaba era cantar. Y se fueron juntos Corrientes abajo, con el maestro apoyando su brazo derecho en el hombro del muchachito, hasta el cabaret Moulin Rouge, que estaba en Paseo Colón, para probarlo. Allí se mandó Milonguero viejo, acompañado por Di Sarli al piano. A éste le corría un frio por el cuerpo cuando lo iba escuchando desgranar los versos de su tango.

                           
Di Sarli con Rufino la noche de su debut en el cabaret Imperio, 4-8-1941
Esa misma noche debutaría con ese mismo tango y comenzaba una historia maravillosa, esencial para el tango y para los milongueros que lo seguían y lo aplaudían a rabiar. Porque junto a Di Sarli, que lo trató como un padre - dado que el progenitor del chico no había podido verlo llegar a los escenarios grandes, ya que murió el mismo día que Carlos Gardel-, aprendió los secretos decisivos del canto.
Di Sarli, como Troilo, supo manejar y modular los tonos de sus cantores. Rufino con su talento puso el resto.

Etapa maravillosa que no cesa de asombrarme por la evolución contante que mostraría Rufino en esos cuarenta y seis temas que dejó impresos en su paso por la orquesta de Di Sarli.  Le faltaba algo menos de un mes para cumplir los 18 años, y debuta en el disco con el tango Corazón, de Di Sarli y Héctor Marcó, el 11 de diciembre de 1939. Buenos Aires comenzaba a aplaudir ese milagro de compenetración entre orquesta y cantor que se entrevió desde el comienzo.

                                                   

Lo notable de Rufino en su etapa con Di Sarli -tuvo un breve alejamiento y volvería con él hasta fines del 43- es que en ese año, 1943, entre los meses de marzo y diciembre dejaría grabados con el Señor del tango, 19 temas, nada menos. y asombra su manera de decirlos, frasearlos, respetar la poesía enriqueciéndola con esos giros y matices tan suyos que demuestran la comprensión de la obra escrita, no sólo en lo musical sino en lo poético. Ése fue su enorme mérito, además de aportar su voz fresca y potente. Es modélico, tanto en temas como Decime que pasó o Mañana zarpa un barco, o en esa acuarela tan porteña: Boedo y San Juan.

Sus impactos de Charlemos, Corazón, Cosas olvidadas, Cascabelito o Necesito olvidar, muestran al cantor que transmite con fescura y talento el distinto contenido de los versos, sin repetirse en la realización, sino creando constantemente el clima necesario para agrandar el mensaje con su interpretación.  Eso lo hacen los grandes y hoy me ocupo solamente de la etapa disarliana porque -salvo su último paso por la orquesta de Troilo- no alcanzó para mí, nunca, la dimensión que tuvo con Di Sarli.
                             
                                             

Y los milongueros felices. Tan felices los de esa época como los actuales porque esas 46 joyas que dejó grabadas con el maestro bahiense, siguen brillando en las noches tangueras y dándole combustible al motor de los bailarines. Yo me solazo bailándolo y esuchando esos versos que me llegan al corazón. Como los dos temas que pasaré esta noche en Tango íntimo, la milonga que dirijo en la madrileña Casa de Aragón, sita en la Plaza República Argentina, de Madrid,  para más señas.

Son, el citado Corazón y Lo pasao pasó, de Miguel Bucino, grabado el 23 de noviembre de 1940.

Corazón- Di Sarli-Rufino

Lo pasao pasó - Di Sarli-Rufino




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