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jueves, 6 de diciembre de 2012

Julio Sosa

Yo viví la gran etapa de Julio, en la época que los programas musicales para la juventud y sus discos inundaban el mercado a comienzos de los años sesenta. Cuando el productor ecuatoriano Ricardo Mejía diseñó para la RCA Víctor y el Canal 13 (regentado por cubanos exiliados) un programa llamado "El Club del Clan" y que se retransmitía a varios países de América. Eran muchachos y muchachas que cantaban beat-pop en español y que se hicieron popularísimos en poco tiempo, a la vez que inundaban el mercado con sus discos.

El tango quedó relegado entre los jóvenes y en las grabadoras y tuvo una etapa de largo oscurecimiento. El gran mérito de este cantor nacido en Las Piedras (Uruguay), fue aguantar el chaparrón con su fuerza transmisora. Porque vivía los temas con suma intensidad, transmitiéndolos además con una gestualidad muy poco usual en el medio, lo que le permitía la representación casi teatral del texto poético. Dentro de la tesitura de voces graves inauguradas por Edmundo Rivero, le agregó un halo temperamental que le permitía llegar a la gente de forma inmediata.
                                                                             

Sentado en el coche que lo llevaría a la muerte
De origen muy pobre, único hijo de un peón rural analfabeto y una sirvienta, anduvo a los tumbos cambiando trabajos, casándose a los 16 años con una muchacha mayor que él. Fue marinero, guarda de autobús, lustrabotas, changador, repartidor de pan,  lo que cayera y le diera tiempo para cantar en boliches y pasar el platito. También vendió periódicos y de paso leía y memorizaba los versos de tango en las revistas argentinas El alma que canta y El Cantaclaro. Era gardeliano porque en las radios uruguayas se escuchaba durante todo el día la voz del Morocho y así fue armando un repertorio de temas que le acompañarían en el futuro.
                                             
Divorciado a los 18 años, se subió a un palco tanguero con la orquesta de Carlos Gilardoni y ahí empezó a varearse en su carrera de cantor. Pasará por varias orquestas y con la de Luis Caruso llega a la placa grabada en 1948. Deja 5  registros y los amigos le aconsejen que pruebe fortuna en la otra orilla del Plata.

Y gracias a la colecta entre ellos, se embarca en el Vapor de la carrera, sin medios y casi sin ropa, hacia Buenos Aires. Prueba con Joaquín Do Reyes y un par de orquestas pero los nervios lo traicionan y canta apichonado y nervioso. Conseguirá trabajo en el Café Los Andes, del barrio de Chacarita y allí lo descubre un letrista uruguayo, Raúl Hormaza, que se los recomienda a Francini y Pontier que acababan de formar orquesta e iban a debutar en la boite Picadilly. Sólo contaban con Alberto Podestá para ese menester.

Lo van a ver y Pontier se entusiasma con él. Lo contratan y desde su debut en el disco: El hijo triste, un vals a dúo con Podestá, el público tanguero para la oreja. De los 10 pesos por noche en el Café a los 1.200 mensuales con Francini-Pontier hay un salto cualitativo que se nota rápidamente. Sus registros de El ciruja, Tan sólo por verte y Pa'que sepan como soy le sirven para recibir la contraseña definitiva del ambiente.
Cantando a dúo con su amigo y maestro Alberto Podestá
Su carrera sería una suma de éxitos a la vez que un fracaso en la parte sentimental. Lo veía seguido en la Richmond de la calle Esmeralda, cuando lo acompañaba Leopoldo Federico y mantuvimos una linda amistad, porque realmente era muy sencillo y querendón con la gente y con los perros que encontraba por la calle y los recogía. Y con los coches y la velocidad que lo llevarían a la muerte  cuando apenas contaba 38 años y el éxito le sonreía. Ricardo Gasparini de la CBS Columbia lo bautizó como:  El varón del tango.

Fue una madrugada luctuosa y lo lloró todo Buenos Aires en medio de la llovizna y el cielo grisáceo de aquel día. Aníbal Troilo y unos amigos le pidieron a Tito Lectoure el Luna Park para velarlo y una muchedumbre aplaudía y lagrimeaba cuando sus cofrades Jorge Maciel, Miguel Montero, Hugo del Carril, Alberto Podestá y Horacio Deval portaban el féretro y sonaba la pavana fúnebre. Era el homenaje a un muchachón que se había ganado el cariño y respeto de todos y por eso lo acompañó tanta gente en el viaje final..

Para homenajearlo, lo vemos cantando el tango del Negro Guillermo Barbieri y José De Grandis: Recordándote.






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