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jueves, 9 de agosto de 2012

Las prácticas

Era el sitio donde aprendíamos a bailar el tango en los años cuarenta y cincuenta.

Se llamaban prácticas, porqué íbamos precisamente a éso: A practicar el baile del tango. Los mayores y más duchos hacían de maestros y de paso se sacaban el gustito de tirar unos pasos en el Club del barrio y enseñar a los pibes nuevos. A las prácticas de entonces, no concurrían las chicas.
El Club Sunderland en Villa Urquiza

Había un fervor impresionante. Se era hincha de una orquesta o de un cantor, como si se tratase de un club de fútbol o un boxeador determinado.

Los clubes de barrio fueron un fenómeno irrepetible que comenzó en los años cuarenta. La gente mayor los fundaba para tener un lugar donde reunirse y donde dar  rienda suelta a sus habilidades en el billar, el ping pong, los juegos de naipes o el baile.

Había muchas compañías de teatro de aficionados, que los sábados representaban una obra, previa al baile posterior, a los cuales acudían la gente joven y familias enteras.

Toda la ciudad de Buenos Aires era un hormiguero de estos clubs que salpicaban la geografía porteña y hacían de contención de tantos chicos que  nos fuimos formando en estos juegos y en la milonga.

Todavía quedan algunos como el Sunderland, Fulgor de Villa Crespo, Glorias argentinas, Parque Patricios, Sportivo Buenos Aires, Brístol, El Pial, Isondu, Sporting,  Villa Malcolm, Sportivo Barracas, Sin rumbo, Villa Mitre, Floresta Juniors, Bohemios, además de los fundados por las colectividades italiana y española entre muchos otros.
Diario El Mundo 16/7/1946

En esas prácticas aprendimos la mayoría de los secretos del baile. En las barras siempre había muchachos que eran capos en determinadas parcelas: El baile, el fútbol, el canto, la música, los liderazgos, los filósofos, los graciosos. La ciudad entera era una gran milonga. La radio nos servía tangos a todas horas.

Esos queridos clubes de barrio fueron para nosotros como una escuela de todas las cosas, que diría Discépolo. Y yo recuerdo con gran cariño y agradecimiento a esos muchachos que me contagiaron el entusiasmo por el baile del tango y me transmitieron sus conocimientos y el timming de cada orquesta. Lógicamente hacíamos nuestro camino y progresábamos o desertábamos. Yo seguí y sigo en la huella.

Primero hacíamos el papel de la mujer y luego, cuando dominábamos los movimientos, la postura, la reacción, recién pasábamos a "llevar", o sea, a representar el papel del bailarín.

Pupi Castello, que la vivió como yo,  nos recuerda aquellas épocas inolvidables y  cosas fundamentales en este reportaje, acompañado por una jovencita Geraldine Rojas.




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