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jueves, 28 de junio de 2012

Pedro Laurenz

Si Eduardo Arolas con su despliegue emocional  y Arturo Bernstein con sus conocimientos musicales y su serenidad inmutable,  sentaron las bases de la escuela del fueye, no cabe duda alguna que Pedro Laurenz y Pedro Maffia fueron quienes las llevaron a una altura catedrática y sirvieron de ejemplo a las generaciones posteriores.

 Podríamos decir, por ejemplo, que Troilo hereda la serenidad maestra de Maffia, y Ruggiero los supuestos temperamentales y el desborde de Laurenz.            

Se llamaba Pedro Blanco Acosta, se crió en aquella Villa Crespo silvestre y sus hermanos mayores Eustaquio y Félix Laurenz, -hijos de un matrimonio anterior de su madre-, lo adoctrinaron con el bandoneón, que ambos ejecutaban, en Montevideo. 

Fue Julio De Caro, quien lo descubrió tocando en la orquesta del Francés Enrique Pollet, el que lo lanzó en su famoso Sexteto como ladero de Pedro Maffia, reemplazando a Luis Petrucelli.  Y le impuso el apellido de sus hermanos a quienes conoció en Montevideo. Su vigoroso fraseo, su sonido brillante y su creatividad lo convirtieron en un espectáculo inolvidable, para la vista, la oreja y el cuore.

Y su prestigio desde entonces no paró de crecer. Enorme fueye, gran creador de títulos inolvidables, y una persona querida y querible. Si me lo habré cruzado en el centro con su jaula en la mano derecho rumbo al reducto de turno. Porque vivía en la calle Corrientes que tanto lo aplaudió, frente al Obelisco.



  
Siempre lamento que haya grabado tan poco con su orquesta porque realmente es una maravilla cómo suena y el yeite milonguero que tiene. Un lujo.





Lo recordé en este poema que le dediqué con enorme cariño.


    

LAURENZ
                                                 “Vos dejá nomás que algún chabón /
                                                                      chamuye al cuete
                                                                      y sacudile tu firulete”
                                                                                                    Rodolfo M. Taboada


Barrios orientales:
Reus, Unión,  Aguada, Cordón
y el mandato del tango.
Vos, quinceañero Pedro Blanco
con tus hermanos Laurenz,
abrevabas en el fueye
y en esos atrios tauras
horneabas tu historia.

Te bendijo la laureada decareana
y abriste el conservatorio
del digitar catedralicio
ayuntado al otro Pedro, el gran baqueano.

Bardo cadenero
de páginas tremendas
que vistieron los paisajes de la ciudad feérica
y supusieron un antes y un después
en nuestra música patria
derramada en las calles:
Mala junta,  Risa loca,
Mal de amores,
Berretín, Orgullo criollo, Amurado,
Como dos extraños, Milonga de mis amores…

Láminas que vuelven siempre; bailarines
que reclaman el acento llamador
de tu paleta milonguera y tu fueye patricio.

Fuiste poblando pentagramas paicos
creando atmósferas en la comarca idílica
con una sonoridad distinta y revelada
y le arrancaste el nuevo latido al bandónium
que inventó un alemán, sin imaginar
que de esa caja salieran tales filigranas
desbordando los cálidos reductos
al hurgar en esa selva de botones
que domaste de pibe en aquella Villa Crespo
de patios de conventiyo con perfumes malvoneros
y maduraste junto a troesmas
que te dieron la chapa.

Con sombra de bailarines
dibujaste tu estela
y sembraste la nocturnal belleza de arrabal
que hoy regresa épica,
al estallar en la pista 
el fértil racimo de tu savia nutricia,
La revancha, Vieja amiga, Marinera…

Ese instrumento
que se te incrustó en la sangre
se entregó acompañando
a tu pinta gardeliana
de percha y gomina
y anclaste en el corazón de Corrientes
junto a nuestro faro-obelisco
porque te lo ganaste a pulso.
                               De puro guapo.

                              jmo 

Y lo recordamos con su fueye y su orquesta en dos hermosos temas, para templar el pulso milonguero.


Abandono. (Canta Juan Carlos Casas)

Firuletear de bandoneón.


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